lunes, 21 de noviembre de 2011

Esta es la historia de cómo me convertí en esta cínica que soy, de como alguien como yo puede terminar así. No son pocas las caras de la soledad. Ya saben : se puede estar en un asado familiar, en solo en una fiesta de declarados amigos, en una mesa ruidosa de ex compañeras del secundario; se puede estar sola en la cidad -a todas nos ha pasado- aunque todos los flacos te miren y te murmuren cosas cuando pasás. Pero, ¿saben qué? También estamos solas cuando el amor lo encontramos online: lo leemos, lo sentimos, pero no lo vemos. Cuando las pruebas sólo son escritas, duele.
  Me habían dicho que nunca iba a estar sola. Siempre lo pregunté y siempre me dijeron que no. Mis padres, las mestras, los de la iglesia, todos me decían que no, que no iba a estar sola. Pero de chica pasaba sola los recreos y volvía a casa y merendaba sola porque mis papás trabajaban hasta tarde. Miraba, sola, los dibujitos hasta que llegaban cansados mis viejos y cenábamos en silencio. Hacía sola los deberes, porque mis papás -alguna vez me lo insinuaron- ya habían trabajado bastante duarante el día como para ayudarme a mí a la noche, al fin y al cabo, decían, esa era mi obligación, ante mi familia y ante Dios.
  Desde chica, sin que nadie me lo explicara, aunque todos me dijeran que no, entendí que iba a esar sola y asumí que estar sola cuesta mucho, duele en el cuerpo, enferma. Que no tener en quién apoyarse pesa y duele. Me di cuenta rápido que los cuentos infantiles que terminan siempre bien son sólo cuentos. De chica intuí que hay que confiar poco y en pocas personas; ahora comprobé que hasta el mejor amigo, que hasta el hombre de tu vida puede traicionarte. Que los humanos somos sólo humanos y por eso decepcionamos. Ahora pienso que si alguien me lo hubiera dicho desde el principio, habría sido todavía más cautelosa. Hubiera confiado menos y me hubiese dolido menos. Pero no hubiera aprendido nada ni estaría aquí, contando esta historia de ilusión y desgarro que es la mía. Claro que mi cuerpo no resiste ni cien minutos, ni cien segundos más de esta agonía. Escucho por décima vez ''Good Enough'' y espero a que las pastillas hagan efecto. Me duele el engaño. Me duele pensar que ya no voy a conocerlo. Me consuela saber que existe en mi cabeza, que ahí va a vivir para siempre perfecto. Cuento esta historia con las pocas fuerzas que me quedan, cuento esto con lo poco que me queda de memoria.

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